
Hola. Este es un cuento que nos invitaron a escribir en el curso de Talita. Me gustó hacerlo. Y lo pongo a disposición. También espero las resonancias que pueda suscitar.
AMAR EL TIEMPO DE LOS INTENTOS
AMAR EL TIEMPO DE LOS INTENTOS
En una casa muy bonita había un jardín lleno de flores, plantas, césped, macetas y unos enanos muy simpáticos que llenaban el patio de vida.
Este jardín lo cuidaba un hombre. No era de él el jardín. Él sólo lo cuidaba. Aún así amaba ese jardín. Le dedicaba todo su tiempo. Horas y horas trabajando en su jardín.
Cuidaba de las rosas, de los jazmines, las orquídeas, las violetas, las alegrías del hogar, las margaritas blancas. También había helechos, potus, un buen espacio de pasto y unos arbolitos chiquitos donde jugaban los pajaritos al atardecer.
El jardinero, cada mañana, al salir el sol, miraba una por una las flores. Y a cada una le brindaba su atención según lo que necesitaba. Había algunas que las regaba de mañana, a otras antes del mediodía y algunas necesitaban dos veces por día de agua para vivir. Cada una se sentía única para el jardinero. Y él las cuidaba y amaba como a las flores más bellas de su jardín.
Un día, una de ellas se preguntó: ¿seré la flor más bella de su jardín?¿Seré la que más ama mi jardinero? Y como se dio cuenta que el jardinero la amaba mucho por los cuidados y la ternura con que la trataba, estaba feliz. Hasta que se dio cuenta que el jardinero también amaba a otras flores del jardín y que disfrutaba mucho de su presencia. Y le dijo: ¿pero no soy yo la flor de tu jardín?
Y el jardinero le contestó: "Mi amor por vos es único y mi cariño es total pero no sos mi única flor. El jardín no es mío y yo las amo y las cuido como propias. Las veo crecer, alegrar a tantas y tantos que las miran y se admiran de su belleza. Algunas las han tomado para sí, otras han sido llevadas a otros jardines. Me duele cada vez que están tristes y caídas, cuando después de las tormentas quedan maltrechas. Y les dedico tiempo y ternura para que puedan embellecer el jardín y volver a florecer".
Al principio la flor no entendió. Le costaba mucho creer que se podía amar así. Quienes vienen a cortar las flores les dicen cosas muy lindas para llevárselas. Algunas florecen y embellecen otros jardines. Otras se marchitan y mueren. Las menos vuelven. Y empiezan de nuevo.
El jardinero se quedó pensando en esa flor que no podía creerle en su manera de amar y cuidar. La atendía con mayor cuidado todavía. Le dedicaba más tiempo y atención. Pero ella seguía como enojada. Porque quería ser única de una forma que no era posible ser.
Al llegar la tarde de un hermoso jueves, así, sin saberlo, quizá por milagro, quizá por la insistencia del cariño del jardinero que nunca la abandonó, llegó a comprender esta manera de amar.
Y así, volvió a brillar. Esta margarita, la flor más simple del jardín, volvió a florecer contenta porque se supo amada y cuidada, como muchas y muchos en el jardín, pero de una manera única por él.
Y volvío a sonreir y a confiar. Y así, llenó de simpleza y belleza el amado jardín.
Y ahí sigue el jardín con sus bellas flores, sus plantas, su césped corto y cuidado, los enanos simpáticos y los arbolitos llenos de pájaros.
Y el jardinero cantando y silbando, con el regalo de la presencia del dueño del jardín que lo alienta a seguir amando el tiempo de los intentos porque SÓLO EL AMOR CONVIERTE EN MILAGRO EL BARRO.
Este jardín lo cuidaba un hombre. No era de él el jardín. Él sólo lo cuidaba. Aún así amaba ese jardín. Le dedicaba todo su tiempo. Horas y horas trabajando en su jardín.
Cuidaba de las rosas, de los jazmines, las orquídeas, las violetas, las alegrías del hogar, las margaritas blancas. También había helechos, potus, un buen espacio de pasto y unos arbolitos chiquitos donde jugaban los pajaritos al atardecer.
El jardinero, cada mañana, al salir el sol, miraba una por una las flores. Y a cada una le brindaba su atención según lo que necesitaba. Había algunas que las regaba de mañana, a otras antes del mediodía y algunas necesitaban dos veces por día de agua para vivir. Cada una se sentía única para el jardinero. Y él las cuidaba y amaba como a las flores más bellas de su jardín.
Un día, una de ellas se preguntó: ¿seré la flor más bella de su jardín?¿Seré la que más ama mi jardinero? Y como se dio cuenta que el jardinero la amaba mucho por los cuidados y la ternura con que la trataba, estaba feliz. Hasta que se dio cuenta que el jardinero también amaba a otras flores del jardín y que disfrutaba mucho de su presencia. Y le dijo: ¿pero no soy yo la flor de tu jardín?
Y el jardinero le contestó: "Mi amor por vos es único y mi cariño es total pero no sos mi única flor. El jardín no es mío y yo las amo y las cuido como propias. Las veo crecer, alegrar a tantas y tantos que las miran y se admiran de su belleza. Algunas las han tomado para sí, otras han sido llevadas a otros jardines. Me duele cada vez que están tristes y caídas, cuando después de las tormentas quedan maltrechas. Y les dedico tiempo y ternura para que puedan embellecer el jardín y volver a florecer".
Al principio la flor no entendió. Le costaba mucho creer que se podía amar así. Quienes vienen a cortar las flores les dicen cosas muy lindas para llevárselas. Algunas florecen y embellecen otros jardines. Otras se marchitan y mueren. Las menos vuelven. Y empiezan de nuevo.
El jardinero se quedó pensando en esa flor que no podía creerle en su manera de amar y cuidar. La atendía con mayor cuidado todavía. Le dedicaba más tiempo y atención. Pero ella seguía como enojada. Porque quería ser única de una forma que no era posible ser.
Al llegar la tarde de un hermoso jueves, así, sin saberlo, quizá por milagro, quizá por la insistencia del cariño del jardinero que nunca la abandonó, llegó a comprender esta manera de amar.
Y así, volvió a brillar. Esta margarita, la flor más simple del jardín, volvió a florecer contenta porque se supo amada y cuidada, como muchas y muchos en el jardín, pero de una manera única por él.
Y volvío a sonreir y a confiar. Y así, llenó de simpleza y belleza el amado jardín.
Epílogo
Y ahí sigue el jardín con sus bellas flores, sus plantas, su césped corto y cuidado, los enanos simpáticos y los arbolitos llenos de pájaros.
Y el jardinero cantando y silbando, con el regalo de la presencia del dueño del jardín que lo alienta a seguir amando el tiempo de los intentos porque SÓLO EL AMOR CONVIERTE EN MILAGRO EL BARRO.
Diego
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