Los forasteros habían llegado, y el rabino no tenía nada para ofrecerles. Entonces el rabino fue al huerto y le habló. Habló a las plantas con palabras que venían, como ellas, de la tierra regada. Y las plantas recibieron esas palabras y súbitamente maduraron y dieron frutas y flores. Y así el rabino pudo agasajar a sus huéspedes.
Lo cuenta la Cábala. Y la Cábala cuenta que el hijo del rabino quiso repetirlo, pero el huerto fue sordo a sus palabras y ninguna planta creyó ni creció.
El hijo del rabino no pudo. Pero, ¿y el rabino? ¿Pudo el rabino repetir su propia hazaña? La Cábala no lo cuenta. ¿Qué pasó con el rabino si nunca más le contestaron el naranjo, ni el tomate, ni el jazmín?
¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere? Y la boca, ¿sabe morir?
Lo cuenta la Cábala. Y la Cábala cuenta que el hijo del rabino quiso repetirlo, pero el huerto fue sordo a sus palabras y ninguna planta creyó ni creció.
El hijo del rabino no pudo. Pero, ¿y el rabino? ¿Pudo el rabino repetir su propia hazaña? La Cábala no lo cuenta. ¿Qué pasó con el rabino si nunca más le contestaron el naranjo, ni el tomate, ni el jazmín?
¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere? Y la boca, ¿sabe morir?
Eduardo Galeano
Palabras Andantes
Ventana sobre la palabra (VIII)
Palabras Andantes
Ventana sobre la palabra (VIII)
No hay comentarios:
Publicar un comentario